Escrito por Sirio López Velasco
Cuando transcurre casi un año de la pandemia provocada por el COVID19 se repite una pregunta: ¿qué tipo de sociedad vendrá después de esta pandemia?
Las previsiones tienen perfil genérico y varían entre un futuro derechista y muy autoritario, y una nueva era poscapitalista.
Muchos economistas y políticos capitalistas anuncian una “nueva normalidad”, que consistiría en el viejo “más de lo mismo capitalista”, con algunos cambios cosméticos. Éstos incluyen cuarentenas recurrentes (pues a pesar de las vacunas el COVID19 seguiría entre nosotros), la manutención de los cuidados de la protección e higiene personal (incluyendo el uso de las máscaras, que ya era muy común en Asia antes de esta pandemia), y de los lugares públicos, y el distanciamiento social, por ejemplo en la ocupación parcial de las plazas disponibles en los transportes públicos, restaurantes, bares, cines, estadios, etc.. Algunos también mencionan la disminución (y-o rotación) de las plantillas de trabajadores y del aumento de la distancia entre cada uno de ellos en cada centro laboral. (Eso es más difícil de imaginar en contextos capitalistas, a no ser que el capitalista encuentre la forma de implementar esas medidas sin afectar su tasa de ganancia, pues cada una de sus decisiones está obsesivamente motivada por la búsqueda del mayor lucro posible, por encima de cualquier otro tipo de consideración, como las de carácter sanitario) .
Por si fuera poco Bill Gates ya anuncia una nueva pandemia futura.
Ahora bien, al terminar el año 2020 ya se constata el significativo aumento del desempleo y de la pobreza en relación a los índices prepandemia. Al mismo tiempo, con la disculpa de la actual pandemia y con el pretexto de cuidados sanitarios, la derecha intenta desestimular cualquier manifestación popular anticapitalsita, o que simplemente se oponga a las aristas más crueles del capitalismo, que se hacen más evidentes en estos tiempos de pandemia. Por nuestra parte defendemos la idea de que los movimientos que luchan por la superación del capitalismo o por la simple atenuación de sus facetas más crueles deben tomar las precauciones sanitarias indispensables para no arriesgar vidas inútilmente, pero sin dejar de mantener y aún incrementar el activismo que logre tener el mayor impacto social posible (con viejas y nuevas formas de lucha que habrá que inventar en cada caso).
Porque la alternativa autoritaria muestra su esencia en hechos puntuales reveladores; por ejemplo, se discute en el Parlamento francés y por iniciativa de la derecha, una ley que prohíbe divulgar en cualquier medio de comunicación, incluyendo las redes sociales, imágenes de cualquier represión ejecutada por fuerzas del Estado.
Como Martí conocí al monstruo desde sus entrañas, ya que el exilio me llevó a recalar en París y luego a vivir ocho años en Bélgica. Conocí (sin sufrirla, porque soy blanco y fui rubio antes de sufrir el asalto de las canas), la xenofobia reinante en uno y otro lugar; compartí la inseguridad de los extranjeros que hacen y venden clandestinamente chucherías; constaté la hipocresía dominante en las relaciones entre los propios nativos cuando detrás del “Bonjour Madame” o “Bonjour Monsieur” que nos recibe en cada panadería, se esconde una total indiferencia ante la vida del prójimo. Pero en ese período de exilio, durante parte de los años 70 y 80 del siglo XX, disfruté del otro lado belga de la moneda, que fue el apoyo financiero a los refugiados políticos latinoamericanos, que permitió que no pocos de ellos (incluyendo al autor de estas líneas) cursasen estudios universitarios. Hoy el Estado belga no practica más esa generosidad, y tanto allí como en Francia hay expectativa para saber si después de la pandemia preponderará la primera o la segunda de las caras aquí mencionadas. En Francia los Chalecos Amarillos fueron una esperanza, interrumpida por la actual pandemia, pero que esperemos que pueda volver, de un nuevo país que reate con el viejo Estado de Bienestar Social y lo mejore en la atención solidaria a las necesidades básicas de cada persona; y que lo haga en el contexto de una economía ecológica (y de preferencia cooperativa y apuntando al socialismo, como lo quiere parte del movimiento social más activo en aquél país). Creo que en Bélgica las esperanzas de caminar hacia el socialismo ecomunitarista son más moderadas, pero las últimas elecciones mostraron allí un significativo avance de los ecologistas, y es muy posible que tras la pandemia se expresen con vigor fuerzas sociales que exijan la vuelta a lo mejor del Estado de Bienestar Social y de la convivencia pacífica y solidaria entre wallones y flamencos (y la pequeña minoría alemana), y el diez por ciento de inmigrantes, sobre todo africanos, que componen la población del país. Eso ya no sería poca cosa, cuando se teme que la alternativa pudiera ser la emergencia en uno y otro país (y en otros lugares de Europa) de nuevos führers.
En lo que respecta a Sudamérica soy más soñador: creo que la pospandemia tiene que encontrarnos reinventando y perfeccionando el camino socialista iniciado hace sesenta años por la Cuba revolucionaria. Porque aquí la crisis del COVID19 trajo a plena luz todas las miserias del capitalismo cotidiano, demostrando, como dicen los jóvenes, que “el capitalismo ya era”, y que es hora de aventurarse en la construcción del socialismo con rumbo ecomunitarista. En éste habrá de vigorar la participación intercultural de cada un@ según su capacidad en la construcción del gran fondo social a partir del cual cada un@ recibirá según sus necesidades, lo que le permitirá desarrollarse como persona universal; y todo ello en el contexto de la necesaria frugalidad ecológica (exigida por la tercera norma fundamental de la Ética).
No cabe duda de que la tarea en cada país no será fácil, aunque perfeccionemos nuestra cooperación mutua. Pero nuestros descendientes y la Pacha Mama merecen el concurso de todos nuestros esfuerzos. Bolivia acaba de salir del Golpe oligárquico, racista y proimperialista que la avasalló durante un año, y ojalá retome el camino hacia el “bien vivir” poscapitalista, anclado en el comunitarismo ecológico indígena. El pueblo chileno lucha por sacudirse de encima la Constitución pinochetista y por forjar una nueva Carta Magna que propicie un nuevo Estado plurinacional, cuidadoso de los más necesitados y de la naturaleza no humana. Ecuador intentará retomar y corregir a principios de 2021 el camino abierto por la Revolución Ciudadana, traicionada por el actual Presidente. Venezuela lucha para salvar el modelo solidario bolivariano y para evitar la invasión del Imperio y sus satélites, que pretende aplastarlo. Y en Uruguay, mi pequeño país natal hacia el que vuelvo mis miradas esperanzadas (aunque vivo a doscientos kilómetros de su frontera legal), la llamada “izquierda” deberá entender que el llamado “progresismo” del Frente Amplio “ya era”, pues tras 15 años gobernando al país, al no atreverse a avanzar decididamente hacia el socialismo ecomunitarista por inventar, trajo de vuelta al Gobierno nacional a la vieja derecha oligárquica. Los nuevos tiempos exigen, para evitar futuros retrocesos de ese tipo, avanzar, inventando, hacia el socialismo ecomunitarista. En esa difícil tarea Cuba nos ilumina con sus aciertos y sus errores, y con las evidencias de todos los obstáculos que el imperialismo y las oligarquías ponen en la ruta de quienes osan aventurarse por ese derrotero innovador, que, no obstante, es imprescindible para la sobrevida de la mayoría de la Humanidad y de buena parte de la Naturaleza no humana, hoy masacradas por el capitalismo.
(Imagen de pixabay.com )
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