“Según la noticia publicada por una radioemisora nacional, dos funcionarios de Carabineros, en estado de ebriedad, habrían sido los autores de los disparos contra personas que se manifestaban en La Florida, dejando 10 heridos de diversa consideración. El fiscal de flagrancia Oriente, Omar Mérida, quedó a cargo de la investigación.”
Así rezaba la noticia días después de todo lo sucedido el 24 de abril del 2020. La noticia corrió rápido por las redes comunitarias de información y el martes 25 de abril las organizaciones de base nos auto convocamos para manifestarnos por la decena de compañeros y compañeras baleados a quemarropa por parte de policías de civil y borrachos.
A veces imagino cómo habrá sido esa previa para tomar la decisión de dispararle a una masa desarmada e iracunda. ¿vendrían del cuartel arriba de la pelota?¿salieron de un carrete regado de alcohol y drogas para no dormir?¿Qué habrán conversado las horas previas a la balacera?
Las organizaciones autoconvocadas hicieron presencia el martes 25 de abril por la tarde en la esquina de Vicuña Mackenna con Trinidad y sin más luz que las escuetas barricadas y una multitud oscura que alzaba gritos de protesta y golpes de olla al aire; el dia anterior, en ese preciso lugar un auto había llegado disparando a la multitud, hiriendo a más de diez manifestantes que se encontraban en el lugar, tal y como al día siguiente muchos lo hicimos.
Esta vez no fue un auto disparando. Una avanzada de micros, guanacos, zorrillos y transporte de fuerzas especiales más un pelotón considerable de a pie comenzaron a hacer su aparición desde Avenida Trinidad poniente. Como un regimiento demuestra sus fuerzas al enemigo, el desfile de fuerzas policiales comenzó a parecer un mal chiste en contra de un centenar de manifestantes desarmados.
Los vehículos policiales doblaron por Vicuña Mackenna hacia el norte y dispusieron de sus humos y jugos constantes, la multitud retrocedió y algunos corrieron dispersos por calles y pasajes. Un destacamento completo de motocicletas policiales gruñe por vicuña mackenna cerrando el perímetro comprendido entre Santa Amalia y Trinidad. Estamos dentro de un perímetro de violencia motorizada y detenciones arbitrarias.
Un compañero corre despavorido y pasa por mi lado velozmente, detrás un zorrillo dobla la esquina de manera suicida y se abalanza en contra de la carrera de mi compañero correcaminos.
Me detengo, el espanto me entumece, he visto como un zorrillo se abalanza en contra de un antejardín de un vecino cualquiera para atropellar a un manifestante que corre. Segundos de incertidumbre desde que vi colocar los pies de mi compañero, mi imaginación me mostraba lo peor. Por suerte mi imaginación es más pesimista que la realidad.
Como un ser hiperlaxo salía de debajo de ese vehículo militar para correr, esta vez era por su vida.
Segundos después de este espanto, la turba militar y prepotente me rodea, alzo mis manos al aire y me entregó sin oponer resistencia. Nada de ustedes ya me sorprende muchachos, pienso mientras un veterano de uniforme golpea mi cara de un puñetazo y rompe frente a mis ojos los lentes que antes me cobijaban.
Con brutal delicadeza me suben al móvil, guardo silencio e intenté enfocar mi mirada para ver lo que estaba sucediendo. después de mi, el compañero casi atropellado me acompaña. Un vecino del sector es nuestra triada. Discute molesto, al parecer se opuso al arresto y la policía puso en práctica sus avanzadas técnicas para reducir a un detenido.
El traslado de un detenido siempre es un circo para quien lo padece. En nuestro caso un uniformado, tiempo después de nuestra detención nos hace de manifiesto la razón de nuestra detención, un mero trámite porque todas sus leyes no servían para inculpar a personas sin culpa alguna. Meros inventos de una policía superada incluso por su propia fantasía.
Provocaciones múltiples, palabras de aliento, conversaciones pseudo privadas que podemos escuchar acerca de otros detenidos o de nuestro destino, la más absurda de las constataciones de lesiones por las que he pasado. En plena pandemia y cuarentena general para puente alto nos llevan al policlínico más inhóspito en bajos de mena, cerca de avenida juanita. Los responsables del centro de salud intercambian ideas con la policía y las justificaciones policiales son como escuchar a un pequeño niño aprendiendo a argumentar diciendo estupideces.
El calabozo era helado y las noches ya no se caracterizaban por su calidez. Un tatita entra risueño del brazo de un policía, no les da importancia, me invita un cigarrillo. Para él la autoridad está en otro lugar al parecer.
Se nos negaron nuestros derechos, nunca hablamos con nadie ni nos permitieron una llamada telefónica, mientras en el calabozo contiguo dos jóvenes dormían acurrucados a unas frazadas. Luz siempre y el paco buena onda y el paco mala onda y "¿no confiai en mí? somos la policía, carabineros de Chile" (aun vale la pena escribir su nombre con mayúscula).
Recordé la meditación, los ejercicios de respiración y ejercicios de elongación. El descanso austero sobre la roca helada. Amanece. El tatita sale libre con el cantar de los pájaros, se ríe y se despide y pide le devuelvan su botellita.
Fue en ese momento cuando nos dimos cuenta que nuestros derechos no contaban y que ya éramos culpables. Nuestro destino fue el centro de justicia ubicado al lado de un parque militar, de un estadio militar, de una cárcel de alta seguridad, de una penitenciaría antigua, de una cárcel concesionada. Ubicado justo ahí, en medio de todo eso se erige la justicia como un moderno edificio transparente.
Nosotros por lo demás, íbamos derecho a los calabozos de la penitenciaría. Revisiones por covid, por que sí..."de adonde vení, ¿estas son tus cosas?, pasa". Maniatado de pies y manos caminamos hacia los calabozos pre juicio abreviado.
Una banda de asaltantes de casa nos esperaba. Fueron amenos y buenos anfitriones. Nos preguntaron por qué veníamos y le dijimos al unísono “por manifestarnos”.
El juicio por zoom fue corto y un poco incomprensible. Le preguntamos a nuestro custodio por el devenir del juicio: “ahora se van y tienen que venir a la lectura de condena”, nos dijo.
La calle olía a días de primavera, los compañeros nos esperaban a las puertas de la penitenciaría. Fue un abrazo y un desahogo. Fue una fiesta y un descanso. Fue encontrarnos con la pandemia en todos nuestros rincones.
La casa y la cama. El frío por días y la memoria porfiada y el olvido obstinado.
(Foto de Cristian Zamorano)
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