Vestigios del polen
Por Adrián Ferrero
Polen
Los objetos
son lo menos concreto
que uno pueda imaginar.
Tomo uno entre mis manos
(la estatuilla de un mongol)
y se desmaterializa.
¿Tendré dos manos
como fantasmas blancos?
¿O seré yo el que comienza
a desaparecer
sin dejar vestigios?
Tomo otro,
un pisapapeles
con forma de tortuga,
y queda convertido
en cenizas.
Al tacto parecieran ser sólidos
en una primera impresión.
De inmediato
se vuelven
un polvillo
parecido al de las alas
de una mariposa.
Ese polen dorado
etéreo como colibrí.
Átomos que se disgregan
dejando de ser
el compacto volumen
de la materia de antaño.
Ahora son harina
de otro costal,
sustancia volátil.
Partículas minúsculas
que el sol
en uno de sus rayos
nos deja ver flotar.
Lágrimas contenidas
a punto de desplomarse
todavía en suspensión.
El ave pica las flores
Como si esculpiera
sus nombres.
El champagne
En su sutil burbujear
está el tapón de corcho
que lo contiene,
lo aparta de un
adentro/afuera
que pronto será libado
por ávidas voces
que primero
han celebrado
su estallido.
El champagne,
es un ámbar
en movimiento
que no se deja domesticar.
En la estampida
su espuma se derrama,
discurre sobre el mantel,
luego a la copa,
se lo bebe
con no disimulado deleite.
Aéreo como el jazmín
no posee sin embargo
su lentitud ni su consistencia.
En el estruendo
yace su esencia festiva.
Se derrama sobre la mesa,
tiene lugar el bautismo
de algunos comensales.
Ceremonias cotidianas
El mate
es una infusión serena
pero incierta.
Todo descuido
se paga caro.
No hay nada de tormentoso
en su esencia.
Se lo ceba
con el deleite
de la primera mañana,
amanecer de verano,
helado invierno.
Nótese su ductilidad.
Nótese su vigencia.
No hace nieve aquí.
Hace frío.
Simplemente
bajan las temperaturas.
El agua se desplaza
del termo
a la calabaza.
Claro que también
los hay de plástico,
de metal, de acrílico.
El mate es una bebida
universal
que sin embargo
no conoce el mundo entero.
Si no conjeturo mal
por experiencia
despierta la alegría
por su contenido festivo.
Se comparte,
en una reunión de amigos,
con una pareja,
o bien a solas.
En especial
al despertar
en la clara primera mañana.
Es cierto
que hay que observar
sus reglas.
Hay una serie de pasos
que deben ser observados.
Calentar el agua
que no debe romper el hervor.
Luego agregar la yerba
a la calabaza,
agitarla para quitarle
todo rastro de polvillo.
La bombilla es
nuestra conexión
con sus interiores
húmedos y tibios.
Debe permanecer firme.
Erguida la bombilla.
Se derramará
con serena calma
el agua sobre la yerba
a un costado del contenido
de la calabaza.
La yerba espumosa
la recibe hospitalaria.
He sido certero.
No ha
ha hervido el agua.
El agua está concentrada
en un punto
del universo.
Uno solo en toda
su magnitud celeste.
Hay un momento
en el que el agua
debe mantenerse.
Debe mantener su calor
sin perder sus bríos.
Es el capítulo de su esplendor.
Acostumbrado al mate,
todo té, todo café
se me hace insulso.
Mi esencia argentina
se identifica
con un bebida
algo más que tibia.
El agua ahora
después de varias rondas
se ha enfriado.
La yerba se desarma
en pequeños fragmentos
como esquirlas
de aquello que fue
con vainillas
mi Edén de esta mañana.
Brontë
De allí en más,
habrá muchos sentidos
que los recogidos
por una joven en el prado,
los trigales, el mar,
la fronda
de los abedules.
Las peonías en flor.
La niña crece en ese prado.
Es una
de las hermanas Brontë.
Charlotte, Emily y Anne.
Me refiero a Anne,
la más desdibujada.
Pero ellas beben
(digo, saben los secretos)
del té.
Desconocen
la emoción espumosa
del mate
(el té me resultas desabrido,
algunos hablan de los matices
de sus sabores,
porque hay muchas variedades).
Las tres hermanas
ahora protagonistas
de este poema,
son jóvenes escritoras.
Tres hermanas
que residen
en la casa parroquial de Haworth.
Ahora se ha transformado en museo
convertido en un lugar de peregrinación
para los inspirados de la tierra
que trafican con la
buena lectura
y la escritura literarias.
¿Cómo no buscarla?
¿cómo no encontrar
en esa casa
en la que tupidos temporales
agitan la brisa
hasta volverla vendaval?
Incluso hasta el colmo
de hacerla temblar.
Los cimientos crujen,
las paredes se agrietan.
Son ellas.
Casi confinadas
escribirán sus novelas
y poemas en un inglés
exquisito
publicando con nombres
de varón.
¿Una ventriloquia?
La voz se agita
en sus pulmones
como los trazos
de sus lapiceras.
Tinta sobre hojas,
hojas plata y oro.
Guardarán sus objetos,
nadie los hurtará
ni sus poemas
(al igual
que los Emily Dickinson)
Serían veneradas,
leídas a destiempo.
Convengamos
que un seudónimo de varón
no le hace justicia
a semejantes plumas virtuosas.
La casa será su morada,
su Edén, su infierno.
Imagen: "Soñador Soñado" de Azucena Salpeter.
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