Para leer “Sociudad”
Comentarios de Nelson Rodríguez Arratia
Dr. en Filosofía mención Estética y Teoría del Arte
Al leer el título de Sociudad, algunas palabras o definiciones aparecieron como instantáneamente; so, sub, lo que hay debajo, lo que está socavado o aquello que hay que volver a mirar porque a simple vista no se ve, pues, esta debajo de lo que se muestra. Entonces, al mirar la ciudad, el título ya me advertía otra forma de leer o de mirar el texto y, también, a la ciudad misma. No puedo dejar de mencionar algunos autores, que desde la expresión so y en inglés so, también profundizan la mirada a la ciudad. Uno de ellos es el newyorkino Paul Auster y algunas de sus expresiones como: so city o so citizen (entonces la ciudad o tan ciudadano). Es decir, algo de so, hay en el so, pues sea la ciudad, como un ciudadano o ciudadana esta vez, la lectura tiene que esforzarse en mirar más allá de lo descrito o de lo observado. En Sociudad,, hay una mujer. Una mujer quien pudiendo llevar en cada respiro eso de ciudad y de ciudadana, que se hace en el cotidiano de ser citadina, vuelca la mirada a lo profundo, para atravesar la ciudad y descubrirla en un grito o en una serena vocalización onomatopéyica de un “ooooo”, que agudiza el final de los caminos, para entrar a una luz.
Sin duda el trabajo poético de Kerstin M. Möller tiene varios tópicos o variantes de entrada a su lectura. Algunos de ellos que aparecen en lo visual, me remontan a los primeros textos de la vanguardia del teatro futurista del 1915, con intercambios de gráfica, colores, tonalidades y dimensiones, para lograr lo que el arte debía alcanzar para romper con lo propio o su origen: sin autor, restructuración del status artístico y de sobre manera la interpelación al alma individual, de lo que a esas alturas dejaba de ser un público masivo. Tal vez eso es lo que se busca: la lectura silenciosa de un poemario, que no cita la voz de la autora, sino la de sus propios lectores. Por otra parte, tal vez en otro contexto, la gráfica de los poemas, la disposición tipográfica, nos recuerdan los caligramas del creacionismo de Vicente Huidobro, no el caos, sino los silencios; no silencios, sino cuerpos silentes atragantados de si mismo, de tanta ciudad y sociudad buscando los modos de caminar y hacerse de nuevo a ese caminar que permite el desvelo y mirar nuevamente el recorrido.
Pero, me es sugerente la mirada desde la ciudad. Incluso desde la expresión so city, pues, como si desde ella el recorrido ascendiera a ratos y descendiera en otros, a los pilares que sostienen toda la arquitectura citadina; un sujeto, un cuerpo, un yo, un tú. Los versos escritos a veces distanciados a márgenes corridos, nos hacen sentir como estar recorriendo, subiendo o bajando las escaleras que nos llevan a los lugares insospechados, pero que sin dudarlo, nos permiten mirar, contemplar y sentir eso que sostiene finalmente la ciudad, como los latidos que le entregan su respiro desde nuestros pálpitos. Tal vez es el viaje que nos propone el texto en sus tres partes, desde la carcaza, a las entrañas, para llegar a so. Es el viaje de ida y vuelta entre la intimidad y aquello que se siente desde las calles o como dijera Gabriela Mistral; eso de humanidad que le falta a lo humano. Es la mirada a lo que falta, a lo que carencia en grito o en verso, de una ciudad que busca la mirada de una mujer.
Tal vez los pasos de la poeta en Sociudad, advierten el camino realizado por el flaneur de Walter Benjamin. El que recorre, el que camina, patiperrea la ciudad, el que la siente y de algún modo la lleva en el pecho hasta cansarse y sin desvanecerse, mirar y mirarse desde la sensatez del spleen o la desidia parisiense. El poema, choque-casa, nos advierte en el nombrar todo aquello que rodea a la casa, todo aquello que de rodearla, entra en ella y entra en uno mismo hasta descansar en los latidos de la muerte; sintomático anuncio, luego del poema, Mundo Objetivo y antes, la Muerte de la humanidad. La descripción en el relato, el recargo de hechos, objetos e imágenes: autos, bocinas, despiertan, duermen, choques, no son otra cosa que el mismo sentido de verdad que nos relata el mundo objetivo, esa verdad que nos llega como si sólo la ciencia fuera la encargada de decirla; y hablar en esa verdad, no es más que asistir a nuestra muerte de la humanidad; eso que de algún modo nos deja la modernidad, de la que sabemos, de la que tenemos recuerdo y no.
La parte de la entrañas, nos hace sentir que hay que buscar otra forma de hacer verdad. No es la del mundo objetivo; esa que ve el señor rector viendo a los millones de estudiantes pasar por la calle; aquí podríamos decir que una imagen vale por mil palabras; sin embargo, la humanidad de lo humano sigue persistiendo en preguntar por el amor; no es baladí, es tan concreto y mínimo, como pedir perdón por haber matado una hormiga; ¿acaso no es este un gesto tremendo; ese amor, por el que se abren los caminos de la vida, por el que pienso ya no responde a eso de vivir preguntado en distintas lengas: qué es amor. Porque las entrañas dan lugar a ese sentir profundo y trágico. Común entre toda humanidad que no reconoce géneros o que reconoce sólo al macho; signos propios diría Benjamin en el flaneur; la ciudad mercantilista, industrial, ocupada en el desarrollo económico; pues antes de dormir, ella recoge los platos, levanta la cocina, lava, ordena, se fuma un cigarro y llora en la soledad del silencio de un sueño sin dormir.
Así llegamos a So, a la esperanza, a des-ahogar, la ciudad. El viaje ciudad-interioridad me recuerda algunos textos de Juan Emar, como aquel relato en el que el personaje al levantar el auricular del teléfono se da cuenta que del otro lado está el mundo; para dejar que hablen y salir a caminar lo que no se ha andado. Así la realidad, se vuelve basta, incomprensible inmensa, extraña, por la que no hay más que levantar preguntas. Es el poema con el que se inaugura la tercera y última parte del texto So. Mientras el mundo brilla y su luz en distintas lenguas parece unificar el verso que lo sostiene, la realidad es que siguen siendo nuestros o los latidos de la poeta, que permite que cada farol sea una luz, pues no habría luz, si el viento, que cruza todos nuestros caminos y que rompe todas las huellas de lo andado, no acariciara la piel; si el viento no dejara que la piel abra su sentir. Tal vez sean esos respiros entre todo este recorrido, que se alcanza la resurrección. Después de todo, las alas nunca estuvieron rotas y si hay viento, se puede volar en otras direcciones, sin rumbo, por el sendero abierto de un poema sin final, como lo dice el poema final de este bello poemario de Kerstin Möller.
Texto expuesto en presentación del libro Sociudad.
16 de diciembre 2020
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