Las artes latinoamericanas en su sentido más profundo generalmente dan cuenta de nuestro habitar, entendimiento y compromiso entre las sociedades, los saberes entre diversos pueblos cuyas prácticas estéticas radican en la dimensión sensible de las culturas y en la convivencia de y con las comunidades que se hacen presente en los espacios de aquello que occidentalmente hemos denominado literatura.
De allí que los idiomas operen sonoramente como danzas, músicas, que las palabras dejan ver como cueros, textiles, plumarios, piedras talladas, metales laminados, cerámicas y juncos de sonido prístino, cuya impronta territorial se ven entramadas a las circunstancias de nuestras historias.
Aunque desde el inicio de nuestras repúblicas, que en lo público han hecho muy poco, hayan mantenido la estructura de las artes y/o literatura como parte de los poderes colonialistas e imperialistas que han intentado suprimir la variedad y multiplicidad constitutiva de otras culturas para infligir una sistemática aculturación formal, en donde las literaturas nacionales poco han visto de sí en el reconocimiento a otras formas de manifestar las artes (hoy torpemente la mayoría no disocia la artesanía del arte cuando se ve enfrentado a un telar y sin embargo se admira del logro estético visual en la tela tejida con arte ancestral) y así suma y sigue ante la hegemonía de la “cultura” y lengua dominante, léase Castellano, portugués, francés o lo que sea el idioma reconocido como nacional, con escasas excepciones de bilingüismo o trilingüísmo.
De allí que el libro poético “Madre Nuestra que estás en la Selva.” De RAMÓN TORRES GALARZA (Primera Edición -COICA – 2019, 73 páginas) y que contiene las traducciones de: Yana Lucía Lema (Ecuador) al KICHWA; Félix Cárdenas (Bolivia) al AYMARA; Esteban Emilio Monsoyi (Venezuela) al PEMÓN. Traducciones que están entre los poemas de la obra, sin hacer mención de la parte a la que pertenecen o bien en qué idioma están presentes, como lo sería en la mirada occidental de poner un texto espejeado por su traducción. Acá, las traducciones forman parte del continuo e irrumpen como si la danza de palabras cambiara de ritual; siendo a la vez el mismo momento de evocación, pero con una sonoridad distinta y distintiva que viene a enriquecer la imagen sonora que se desprende del texto, que por su ritmo y condición de escritura, es de una oralidad enorme y que nos permite acercarnos a la naturaleza, no sólo del sonido, sino al borde de una experiencia estética que va más allá del plano cognitivo, a no ser que manejemos los códigos de los idiomas Aymara, Kichwa y Pemón.
Lo anterior me trae a la memoria las ideas de Brecht y Benjamin, bajo el intento de conectar a la “cultura moderna” con la praxis cotidiana. Pero lo expuesto literariamente por RAMÓN TORRES GALARZA va más allá, al modo de establecer un pensamiento de las artes, que a su vez es un modo de articular, entre las maneras de hacer arte y las formas de hacer visible esas maneras de hacer literatura desde las coordenadas ancestrales, al modo de que sus relaciones no se ven occidentalizadas, lo que implica en parte, el uso de los lenguajes como un elemento común, natural que se acerca a otras formas de la vida, por eso sus textos van más allá de mitos o leyendas de la cuenca amazónica, la condición polisémica y cercana a la religiosidad indígena pone de manifiesto su respeto y acercamiento a los saberes de pueblos originarios que cumplen con el lenguaje, la función de dar vida a lo que se hace, y con ello al tiempo y el espacio en los cuales la condición de lo poético se ejerce.
Las afectividades puestas y propuestas desde los textos recorren lo interno y externo del paisaje, momentos notables se acercan a las plantas sagradas y medicinales, o bien a la flor de la victoria con la que hay un diálogo que sólo puede ser entendido entre quienes perciben la realidad del mundo en toda vida y respetan de sí y de para sí a la naturaleza de todo lo natural. Ningún vestigio al folclore como representación de algo que dejó de ser, o a la postal turística del observador desarraigado, la vida se hace presente en sus alcances de matriz cosmogónica de la cuenca amazónica con los pueblos vivos que la habitan.
Cabe notar que la literatura ecuatoriana tiene momentos notables, a pesar del supuesto fantasma de no haber estado presente en el boom latinoamericano. Desde la “Elegía a la muerte de Atahualpa”, atribuida al cacique Jacinto Collahuazo, pasando por Eugenio Espejo (1747-1795), de origen mestizo, José Joaquín de Olmedo (1780-1847), poeta de las gestas libertarias de Ecuador y América, cuyo “Canto a Bolívar” es una obra fundante para el neoclasicismo ecuatoriano: cómo olvidar “Canción del 9 de octubre” cuya música marcial (que data de 1895) de la compositora Ana Villamil Ycaza, es el himno de la ciudad de Guayaquil. Ya en pleno Romanticismo la poetisa quiteña Dolores Veintimilla (1830-1857) exaltó el amor y la lucha contra los prejuicios, su mayor poema “Quejas” es una valiosa pieza antes de su suicidio en la ciudad de Cuencas. Sin olvidar al gran pintor y escritor ambateño Juan León Mera (1832-1894), de la conocida "Ciudad de las Flores y las Frutas" o la de los tres juanes: Juan Montalvo, Juan Benigno Vela, Juan Bautista Luis Alfredo Martínez, aunque cuatro con el autor del Himno Nacional del Ecuador. Y los modernistas de la generación decapitada, la generación del 30 o grupo de Guayaquil, y los trabajos notables de los escritores de la década de los 70, cabe destacar “Entre Marx y una mujer desnuda” de Jorge Enrique Adoum (1926 – 2009), llevada al cine. Y Alicia Yánez Cossío (1928-) o las más recientes escritoras ecuatorianas como Gabriela Alemán (1968-), María Fernanda Ampuero (1976) y Mónica Ojeda Franco (1988-).
Dicho lo anterior, vuelvo al libro poético “Madre Nuestra que estás en la Selva.” De RAMÓN TORRES GALARZA. El trabajo literario se acerca y aleja de la literatura ecuatoriana y Latinoamérica desde la perspectiva de renovar las relaciones entre estética y política, tarea en la vienen insistiendo, entre otros, Nelly Richard y Chantal Mouffe. Y como decía Eduardo Galeano; “Me gusta la gente sentipensante, que no separa la razón del corazón. Que siente y piensa a la vez. Sin divorciar la cabeza del cuerpo, ni la emoción de la razón”.
“Madre Nuestra que estás en la Selva” es un texto que no tiene índice, porque pareciera ser todo un mismo uni-verso, o bien fragmentos del universo ancestral recogidos durante largos años (18 según me ha dicho el autor) quien no subvalora las estéticas de lo no europeo, sino por el contrario, pone de manifiesto vínculos en donde la mediación cultural a través del arte nos acerca a espacios sociales de reformulación estética, en donde es posible establecer los diálogos culturales, con una noción de la literatura más democrática, diversa, plural con múltiples redistribuciones de lo sensible y, en definitiva, con un gran respeto a los derechos culturales indeclinables.
Santiago de Chile, 5 de septiembre 2020. Día Internacional de la Mujer Indígena.
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