En los tiempos del taller on-line y la clase sincrónica, el escenario de oportunidades era amplio para llenar las horas de tedio de encierro forzado, pero también querido.
Lo necesitaba tanto como un infinito raudal de capital que pagara mis cuentas, que son humildes y austeras, no así el ítem humos y bebidas. Necesitaba estar solo, tanto como necesite abrazarla alguna vez.
Entre esos talleres me encontré con uno de lectura dirigido por Matias Rivas. Era enorme y estoy casi seguro que el maestro de ceremonias no había leído nada de los asistentes. No importa. No asistí a muchos talleres, porque el mc me cansaba, me producía una angustia por leer. Ansiedad le llaman algunos, algo así como querer hacer algo solo para ver el fin pero no comenzar nunca a hacerlo ¿serán los tiempos? (échale la culpa al tiempo, me diría otro).
Leer fue en esos días un refugio a la locura de una separación porfiada, de un desazón vital, pero no de vida sino más bien, de rutina. Me refugiaba de las muertes insistentes que sucedían a mi alrededor y me refugiaba de mi. Cuánto peligro corrieron los demás, no iba a correr riesgos yo y mi soledad asustada, paranoica, subversiva.
Volé y escribí algunas cositas. Poco, estoy más bueno para recopilar. Y para mirar la noche desnuda, sin luces, con barricadas y fiesta. Habitar la noche, nada de insomnio, es solo curiosidad. Habitar la noche con su silencio (y a veces con su estridencia). Sentir la soledad oscura llena de mis miedos. Cerrar los ojos y recorrerlos hasta el espanto. Volver lleno de vergüenza y hambre, muerto de frio y muy culpable.
La lectura como refugio de uno mismo, con todo lo que eso significa. Y la soledad repetitiva y el cobijo egoísta y el cariño tornándose amor propio.
Y la soledad.
Cuando todos temían al poder de la muerte, cuando el hambre comenzó a avanzar más allá de la puerta de entrada. Cuando el descontento social fue masivo y la periferia comenzó a mostrar sus dientes. Cuando la política sólo servía para un mendrugo de pan y la población demanda años de desamparo frente al endeudamiento, me miro en el espejo y veo el cráneo doloroso de la pobreza de mis anteriores. Me refugio en los cuentos del campo, en las crónicas que me cuentan un pasado similar a los relatos eternos de mi padre. La lectura se torno un refugio de los gritos desgarradores de mis vecinos viendo apagarse la luz de sus queridos. Un refugio a mi precariedad laboral y a mi hastío sobre eso que llaman “emprendimiento”.
Leer para salir a la calle, para viajar a otros lados, para desorientar a la soledad por un momento. Distraerse y quizás reír.
Habitar el silencio y la soledad. Huir de eso cuando se torna invisible.
Por otra parte, escribir se sentía como el grito furioso de esta soledad y este encierro. Escribir para fugarse de todo, huir hacia ese espacio en donde el escenario es el imaginado y el personaje del relato camina sin toques de queda ni estados de excepción. Escribir para volver a un lugar donde la gente muere sin tantos aspavientos. Jugar y abrazarse sin miedos. Darse la mano fraterna y besar, besar sin virus ni profilácticos.
Escribir como una terapia con el psicólogo. Escribir para que la editora dejara de hinchar las pelotas. Escribir para tener un rincón en el mundo donde poder encontrarse. Escribir para no olvidar eso de humanos que aún nos queda. Escribir para aumentar el currÍculum odioso y que otro pueda hablar de uno sin siquiera conocerlo.
Encerrado. La cuarentena reina las calles. Escribir que mi vecino le compró una estruendosa moto a su pequeño hijo y le da órdenes a grito pelado, mientras yo intento abstraerme de esos estímulos la moto pavonea su estruendo de bomba de carburo. La vecina de al lado acaba de salir a botar un sillón inmenso a la esquina del pasaje donde se acumulan escombros como una línea de producción. A una vecina le reina la pena en su cara, a veces se quiebra recordando a su padre caminando por los pasajes de la población. Me encontré con el González en el paradero de la micro, venia de la municipalidad, me dijo que venía de pedir una caja de mercadería para él y su pareja de siempre.
Escribir para contar que los cabros ya no se lanzan tanto. Que el socio que se suicidó después de un fin de semana letal tiene un altar donde se bebe y fuma en su compañía. Que casi ya no hay peleas de vecinos, parece que va a tener que volver la olla común.
Hoy por la mañana llovió, sonaba hermoso el picar de las gotas en el zinc del techo, las plantas levantaron sus hojas al cielo y mi hijo duerme destapado y en posturas siniestras, de esas que da por mover la cabeza para entender el movimiento.
Y así. Leer para huir de todo esto, quizás de ahí el valor del libro como objeto. Leer para evadir.
Escribir porque sí, porque ¿de qué otra manera seguir viviendo? ¿en la rutina?¿con un beso cada mañana?
“La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada en la vida, nada, excepto eso, la vida.”
(Marguerite Duras. Escribir.)
(Foto de Gloria Henríquez - Gloriosa Fotografía. www.gloriosa.cl )
La lectura como refugio y la escritura como fuga, me encanta esta metáfora con que nombras tu escrito. Me da que pensar, pero tb esconde mucho desarraigo, descontento. Para mi la lectura es un enriquecimiento, un abrirse a otro mundo, al mundo que ofrece ese escrito. Y la escritura la siento como expresión, como desembolso del ser de uno.
Miguel Ángel Herrera, he recorrido tu escritura con asombro y atenta a su significado oculto, a esos datos entre líneas, cómo pueden ser los punto y comas, los paréntesis, las letras mudas, la tensión en la idea que al final y de algún modo se expresa, sale a la luz en la hoja virtual de la pantalla o el cuaderno.
Pues nos hace un nudo el escribir en el panorama sobrecogedor de la pandemia y sacamos palabras a las palabras, letras a las letras, que aún así no consiguen expresar el nuevo sentido de la vida sujeta a un poder desconocido, inquietante.
Y nos sorprende, aunque pudimos sospecharlo, la paradoja de desconocer lo conocido, sabemos mucho y nada acerca de…