Del mythos al logos, un encuentro desde el lenguaje
“Cuando un hombre percibe las bellezas de este mundo, y recuerda la verdadera belleza, su alma recobra sus alas y quiere volar…”
Platón
Históricamente se ha discutido la relación que puede existir entre filosofía y poesía, buscando por un lado posibilitar un afiatamiento entre ambas y por otro, establecer su total desvinculación. Para tal efecto se han gestado discusiones que apuntan a la separación entre filosofía y poesía de un modo radical, inapelable, en base a la rigurosidad (reflexiva y académica) en la que se enmarca fundamentalmente aquélla, la que se ajusta a los parámetros propios del logos, provocando una escisión respecto de la intuición de orden poético, que refiere a un orden imaginativo, y no propiamente racional.
Este orden imaginativo tiene sus orígenes griegos en el llamado período pre-filosófico, donde la historia divina se narra mediante el mythos, él cual cuenta la verdad desde la palabra divina, desde la mirada sobrenatural de los acontecimientos de la physis, de los dioses y de los orígenes del ser humano. Este relato mítico es visto por los primeros filósofos, entonces, como una narración fantástica y poética que poco tiene del logos. Ante esto existen, principalmente, dos interpretaciones consagradas[1]; en una se entiende que la filosofía se origina desde el mito, logrando un desarrollo del pensamiento “…que va desde una actitud emocional hasta llegar a una actitud racional”[2] y en la otra interpretación, la más enseñada y aceptada, la filosofía surge desde la ruptura misma con el mito. Esta última ha otorgado al logos el orden exclusivo del conocimiento, idea que ha prevalecido en la reflexión filosófica de Occidente. Contrario a esta idea se muestra Pannikar al indicar que “El lenguaje no es sólo logos; es también mythos...”[3] Esta alusión es de vital importancia para lograr entender lo que sigue a continuación, donde nos encontraremos con un primer vínculo entre filosofía y poesía, ya que permite entender la presencia de lo mítico, no sólo en la metáfora poética, sino que también en la reflexión filosófica, como veremos más adelante.
En esta disputa interpretativa, el mito logra vincularse, en parte, con el pensamiento filosófico desde el lenguaje y la palabra, siendo ésta una primera aproximación entre filosofía e intuición poética. Para ver esta aproximación, debemos en primer lugar situarnos en la posibilidad misma de este encuentro, es decir, señalando que esa relación es producto de una convergencia. Para María Zambrano[4] el pensamiento (filosofía) y la poesía tienen como raíz a la admiración. Sin duda alguna la admiración es pariente de algún modo del asombro y recordando la célebre anécdota de Tales de Mileto donde “se dice que una graciosa esclava tracia se burló de Tales, porque mientras observaba las estrellas y miraba hacia arriba se cayó en un pozo, ávido por observar las cosas del cielo, le pasaban inadvertidas las que estaban detrás de él y delante de sus pies”. (Platón, TEETETOS 174ª)[5], podemos entonces indicar que la filosofía que nace, en parte, desde su capacidad de asombro ya encuentra un piso en común con la poesía, ya como asombro y también contemplación.
Posteriormente nos encontramos con una fuerte desvinculación, que en un comienzo pareció ser radical. Me refiero al momento en que Platón desterró a los poetas de su República. Aunque a través de los siglos, esta situación se encontró con variadas interpretaciones que cuestionaran incluso la legitimidad de aquella acción, llegándose a decir que su acción buscaba engrandecer a la filosofía, para así justificar su propia actividad, es claro que el pensamiento platónico no se separó radicalmente de lo poético.
“La integración poética filosófica, por ironía del destino, no alcanza a verificarse, tal vez, más que dentro de esta corriente platónica; sólo en la tradición del pensador que la desestimara encontró cobijo para anidar, cielo para levantar su más alto vuelo. Fuera ha quedado toda una gran masa poética que no coincide con este ámbito; fuera también queda un más rigorosa, ambiciosa filosofía que no ofrece, ni permite sombra ninguna. ¡Quién sabe si hoy por la vía de una novísima filosofía sea posible y aún necesario enlazarlas!”[6]
Aquella ironía del destino de la que habla Zambrano, alude fundamentalmente a lo que al parecer habría sido una separación de orden metodológico, en el sentido que sirvió sólo como un medio para lograr establecer una jerarquía política ideal, pues como se observa en sus diálogos, el mismo Platón utilizó recursos poéticos – míticos para dar a conocer su filosofía. Cabe recordar la alegoría de la caverna (La República), el viaje cósmico del carruaje alado (Fedro), el uso preponderante de la ironía, entre otros. Por ejemplo, también, encontramos lo expuesto por Platón en su obra Las Leyes, donde aquel señala que los poetas trágicos y dramáticos debiesen quedar afuera de la ciudad, a no ser que igualen o superen las obras de ellos mismos, diciendo lo siguiente: “Extranjeros, autores de admirables tragedias, nosotros también lo somos en la medida que nos está permitido, ya que en estos momentos nos hallamos componiendo la más hermosa y perfecta de las tragedias; toda nuestra constitución no tiene más objeto que imitar lo mejor y más bello que tiene la vida; a esto lo consideramos como una auténtica tragedia […] ambos cultivamos el mismo género de poesía…”.[7] Es así como Platón alude a su creación político-filosófica una connotación poética, por lo que se cumple la presencia de aquella ironía del destino. Todas ellas son distintas formas para reflexionar sobre el concepto de verdad.
Todo este desencuentro hace encontrar, a momentos, un lado triunfante, que a merced de su rival, engrandece su existir. Bien es sabido, que en esta disputa, la filosofía ha quedado como la disciplina triunfante, al menos en esta batalla, ya que la idea de conocimiento imperante en Occidente, filosófica por cierto, es tanto tribunal como jueza, por lo que la sentencia es la separación, en nombre de la verdad. Esta es la base de la noción de crisis, de donde viene el carácter crítico de la filosofía, el cual presentaremos en el segundo capítulo haciendo referencia al pensar latinoamericano.
Es en la definición de verdad donde encontramos una gran disparidad entre filosofía y poesía, debido a que según como se entienda aquel concepto, será como se entienda la sustentabilidad reflexiva de éstas, en cuanto a la validación de su conocimiento entregado. Pero también puede ser éste un punto de acercamiento. Dependerá si la verdad es irrefutable en cuanto acontecimiento histórico. Ante esto recordemos a Aristóteles en su Poética, donde logramos encontrar aquel punto de acercamiento, atribuyéndole a la poesía algún esbozo de filosofía.
“… De aquí que la poesía sea más filosófica…puesto que sus afirmaciones son más bien del tipo de las universales…”[8]
Aquel posicionamiento de la poesía en el ámbito de la universalidad, permite entender el vínculo buscado en este seminario como un lugar de encuentro teórico presente en el reflexionar mismo del ser humano, ya que la distintas afirmaciones de él van siempre unidas a la latente idea de universalidad, ya sea como pretensión o como la afirmación misma. Lo universal se busca mediante un lenguaje de orden universal, desde la palabra misma, para morar, por consiguiente, en el pensar mismo del ser humano. Si pensamos en el acto de crear como un acto iluminador de verdad, entonces cada vez que el acto poético inunda el alma de un creador, éste logra reflejar lo más oculto de su ser, logra, des-velar o des-ocultar la verdad más radical de su pensar o incluso de su sentir. Pero como dijimos anteriormente, en este acto de crear, la filosofía, históricamente, ha llevado cierta delantera[9].
Es por ello que la poesía es ligada al ámbito de las emociones y de la sensibilidad, ausentándose la rigurosidad científica de su verdad, que propicia la aparición triunfante de la subjetividad. La filosofía, por su parte, prescinde (en su discurso al menos) de lo poético como consecuencia de la mencionada ruptura clásica con el mythos. Aun así, la poesía, como hemos dicho anteriormente, se entrelaza con la filosofía por medio del lenguaje y la palabra, sólo que ésta es de un orden propio a las metáforas como dice Aristóteles:
“El poeta, por ser un imitador, justamente como el pintor u otro artífice de apariencias, debe en todas las instancias por necesidad representar las cosas en uno u otro de estos tres aspectos: bien como eran o son, como se dice o se piensa que son o parecen haber sido, o como ellas deben ser. Todo esto lo hace el poeta mediante el lenguaje, con una mezcla, quizá de palabras extrañas y metáforas…”[10]
Y es el filósofo el que reflexiona también desde el lenguaje de las palabras extrañas, manteniendo el camino comenzado por el mito, sin lograr de forma radical la ruptura antes mencionada. Esto vislumbra el principal punto de encuentro entre filosofía y poesía, permitiendo con ello la presencia de una Filopóiesis
[1] Véase a F. M. Cornford en su obra “De la religión a la filosofía” y John Burnet en su obra "La Aurora de la filosofía griega".
[2] ESCOBAR, Gustavo; Ética.; Pág. 12.
[3] PANNIKAR; en SALAS, Ricardo; Problemas y perspectivas de la filosofía como diálogo intercultural; BROCAR; (2003); Pág. 286.
[4] Véase a María Zambrano en su obra “Pensamiento y poesía”. Además de la Dra. Gloria M. Comesaña-Santalices en su artículo “María Zambrano: Filosofía y Poesía” en “Analogía Filosófica”, revista de filosofía. Investigación y difusión; Pág. 209.
[5] En GIANNINI, Humberto; “Breve historia de la filosofía”; Pág. 17.
[6] ZAMBRANO, María; Pensamiento y Poesía; Pág. 15.
[7] PLATÓN; Las Leyes; Vol. II; Pág. 52.
[8] ARISTÓTELES; Poética; Pág. 10.
[9] Cfr. COMESAÑA-SANTALICES, Gloria; María Zambrano: filosofía y poesía; Pág. 209.
[10] ARISTÓTELES; Poética; Pág. 27-28.
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