Por Dr. Nelson Rodríguez A.
Hoy, ante la crisis de la pandemia que afecta actualmente a todo el mundo y, en Chile particularmente, sumando la crisis social desde el estallido de octubre 2019, se nos abren profundos desafíos, que nos obligan a reflexionar y tomar decisiones respecto de cómo orientar la vida, la de cada uno, la de nuestra sociedad y nuestras instituciones educativas.
Algunas de las manifestaciones de esta crisis, ya las conocemos, como por ejemplo: la sociedad líquida (Baumann), la sociedad del cansancio (Byung-Chul Hang), de la ligereza (Lipovetzky), de la corrosión del carácter (Sennett) o la sociedad del riesgo (Ulrich Beck) Todas ellas manifestaciones claras del capitalismo neoliberal que regula y modela hoy nuestras vidas. Como lo advirtiera Zizek; vivimos la sociedad de la ilusión o fantasía ideológica, lo que es lo mismo que decir que sentimos que vivimos y actuamos sin saber, sin saber lo que hacemos, ni sentimos.
Pero se trata de sensibilizarnos. Volver a sentir la vida, lo vivido y lo por vivir, como lo advierte la estética cotidiana (aisthetics everyday). Ella, nos propone reflexionar sobre aquello por lo que estamos estremecidos: sensiblemente estremecidos. Pedagógicamente hablando como diría Gadamer, es el diálogo entre un tú y un yo. No es sólo un yo, ni un tú. Se trata de un nosotros y no de un ustedes, jóvenes, niños o niñas y nosotros profesores.
En la lectura en más de algún filósofo, la referencia de la etimología de la experiencia ética, se nos abre una oportunidad de una experiencia estética cotidiana. Se recuerda que un grupo de viajeros fue en busca de un sabio, (Heráclito) para conversar sobre cuestiones de ética: habitar; habitar-nos. La sorpresa fue, que al llegar a la dirección del maestro, se encuentran con un hombre sentado al lado de un horno cociendo pan. Cuando Heráclito sintió la desazón de los viajeros, les dice: pero siéntense y conversemos, aquí también están los dioses. La ética requiere de una estética cotidiana, pues requiere de la experiencia del sentir, de emocionar, para abrir todo espectro del saber y conocer sobre el propio vivir o habitar.
La educación, sus formadores y estudiantes deben disponerse a abrir los diálogos que sean pertinentes, situados y sentidos, para comprender y transformar nuestra sociedad. El dialogo nos encuentra y nos desencuentra, nos desafía y nos molesta. Sin embargo, el diálogo sentido, ayuda a mantener una institución educativa en tensión permanente sobre la formación del sentimiento y desarrollo solidario y de igualdad. No de igualitarismos, sino igualdad; eso es sentirnos dependientes unos de otros. Más próximos, cercanos, en la solidez gregaria que despiertan los desafíos, luchas o propósitos. Pero, no pensar en ello y dejar que “esas pocas diferencias o desigualdades”, como son la jerarquización, calificación o estratificación, dejan al descrédito a la misma institución por ser muchas veces ella misma, el origen de las desigualdades. Una estética cotidiana, nos enseña a ver el diálogo como la experiencia de transformar el conocimiento en saber y el saber en praxis, es decir, en una experiencia ética.
La estética cotidiana además, nos confiere dos ideas importantes respecto de nuestros sentidos y un sentido de tiempo. Sentir una emoción es mirar nuestra cotidianidad, nuestro facticidad o la facticidad de la emoción. La consecuencia de ello, al menos dos: el transformar nuestra cotidianidad y el transportar (portar la emoción) para trascender del mundo fáctico. Es el tiempo de un encuentro entre el sentir, como si lo vivido, se vuelca a un por vivir que está estremeciendo nuestro mundo interior y nos desafía; es al mismo tiempo mirar lo que portamos en el interior, para transformar lo que vivimos. Todo espíritu, no olvida que también es cuerpo.
La estética cotidiana mira la vida desde su condición prosaica, es decir, aquello que vivimos y contamos todos los días. Pero, al hablar de prosaica, nos referimos a aquellas acciones que confieren una sensibilidad distinta de lo ordinario o rutinario. Lo prosaico dice relación con la prosa del mundo. Pero ella, no es su gramática o estructura de composición (lo que hay que transformar), sino en cómo esta se forma y configura, para cautivar o juzgar (el sentir que portamos).
Mucho se ha hablado de las diferencias de una educación en la virtualidad y de modo presencial, sin embargo, siguen los énfasis están en los contenidos curriculares. La forma de aprender no cambia: niños y niñas, jóvenes sentados esperando lo que al otro lado del computador se diga, se instruya, se pregunte o responda. ¿Alguna diferencia sustantiva hasta ahora?; ¿qué resta del mundo emocional, de nuestros espacios sensibles por los que miramos nuestra vida?; ¿En qué estriba la insistencia de volver a la escuela o a la universidad? ¿A lo mismo de antes? ¿Los contenidos en la vigilancia cercana y presencial? O ¿volver a encontrarnos a sabernos los unos de los otros, para no olvidar que naturalmente somos próximos y no distancia? Así es: próximos y no distancia es el primer y último sentido de estar en una escuela o universidad.
Desde una estética cotidiana, una escuela, como una universidad no sólo son una empresa de búsqueda del sentido o búsqueda del ser. Ella es sobre todo una condición de reconocimiento de un estar. No es sólo el lenguaje desde la urdimbre de conceptos o ideas, sino el tejido que despiertan nuestros cuerpos. Se trata de volvernos sensibles a nuestra vida, a la de cada uno y una.
En un pragmatismo crítico miramos la experiencia estética cotidiana desde sus materiales más primitivos; Cuerpo y palabra: el diálogo como práctica estética, conversar, discutir, dialogar, reflexionar, transportar y transformar, no sólo enseña a argumentar o confrontar, sino a sentir o a sentir -nos. Enseña a transportar y transformar, lo que vivimos. Porque somos próximos y no distancia.
Aprender de nuestros sentidos, de nuestros cuerpos; cuerpo, como la exclusiva forma de abrirse el ser humano al conocimiento, al saber, al enseñar y proyectar. Cuerpo, para acercarse a la materialidad del mundo; Cuerpo, para saber sus dimensiones, pulsaciones y ritmos; Cuerpo, para profundizar nuestra relación con los otros, con el medio, con la tierra; cuerpo y tacto en definitiva, para trasportar y transformar el saber en formas de vida; Porque somos próximos y no distancia.
Foto de Juan Alejandro Henríquez. Los Vilos, 2013.
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